Roberto Rodríguez
Baños
... decía
que no tenía sentido ponerse a decir cosas que él no oía, que no le sonaban a
nada, a las que no les encontraba ningún sabor. Juan
Rulfo: Pedro Páramo.
(AMI) La edición 1630 del
desaparecido semanario Hoy está
fechada el 21 de agosto de 1971; de la Torre caló las letras del logotipo sobre
una plantilla filatélica colombiana techando un retrato de Gabriel García
Márquez trazado por el propio Luis, con un fondo de montañas en verdes y
grises; el matasellos, con la palabra Macondo, se diluye en los bordes de la
cenefa sobre el ángulo inferior derecho de la gran estampilla.
La hospitalaria revista de don
Raymundo Ampudia fue el santuario cuyas puertas, en el más crudo invierno del
desempleo, me fueron abiertas por Humberto Jurado Guízar y donde el propio
director me brindó su inagotable cordialidad, a la que siempre he correspondido
con respeto, gratitud, afecto. Ahí publiqué la entrevista [El coronel ya tiene
quien le escriba, la vuelta a García Márquez en dos tazas de café] de la cual
hoy rescato algunas respuestas:
-¿Es verdad que los premios
comprometen? –Tanto como uno quiera. El escritor es alguien que, por regla
general, ha sido bastante golpeado. Mira… cuando a mí me dieron el doctorado
honoris causa en la Universidad de Columbia […] lo pensé mucho, lo reflexioné,
lo investigué. Lo acepté porque fortalece mi voz para poder hablar sobre esto o
lo otro cuando la universidad sea traicionada en Columbia, o cuando el hombre
vuelva a ser aniquilado en Estados Unidos; entonces eso me ayudará: tener un título de ellos, ser uno
de ellos.
Lo otro es lo de la bienal del
libro en Río: Me escribió un amigo y, si él sabía lo que decía [y lo sabía] yo
tenía tres cuartas partes del premio de 30 mil dólares en la bolsa. Lo
reflexioné, lo pensé, lo investigué. Lo rechacé; mejor dicho, lo decliné. La
gente nunca sabe [a menos que uno quiera que lo sepa] si se ha rechazado algo…
Si yo hubiera rechazado el doctorado de Columbia, habría sido una forma de
heroísmo inútil; pero quienes me postularon tenían sus razones, las sustentaban
en mi actitud de repudio a todas las injusticias que suceden sobre el planeta.
Los otros, los de Río, querían darme una plata que venía mayoritariamente del
mismo gobierno que atormenta a los hombres contra cuya prisión política he
protestado muchas veces. Esa es a diferencia.
Yo le había comentado que era uno
de los pocos escritores que vivían del pago de sus derechos de autor. Él dijo:
-No de mis derechos. De sueldos atrasados. Quince años de escritor sin sueldo.
Hoy me paso un mes sin dar golpe, pero no es un privilegio; en cualquier
oficio, si te pasas tantos años haciendo lo tuyo sin que se te pague,
necesariamente, por una noción de justicia elemental, los sueldos se te tienen
que acumular y deben serte pagados.
No, yo no me meto en el trabajo
de los críticos, ¿qué es eso de la gran biografía latinoamericana?, yo busqué
en Cien años de soledad no más que
contar la historia de una familia que durante cien años intentó por todos los
medios no tener un hijo con cola de cerdo
[¡el incesto es una situación tan nuestra, tan tercer mundo!] y a los
cien años lo tuvo. Si lo otro está ahí
[la biografía de nuestros pueblos, digo] pues… tal vez puede estar.
Quizá está, pero sería un trabajo subconsciente. No lo quise hacer.
Hablamos de París: -… En el gran
hotel, al frente del que yo habitaba vivían, como en el mío, no más que
latinoamericanos. Nicolás Guillén se alojaba ahí y como todos los
latinoamericanos en París seguimos viviendo a nuestro ritmo [por recortes, noticias, cartas, chismorreos
verbales y novelas] Nicolás seguía haciendo su vida como si estuviera en Cuba;
seguía levantándose a las cinco de la mañana todas las ídem, y asomándose a su
ventana para decir las noticias. Un día gritó: ¡Cayó el hombre! Los argentinos
creyeron que Perón; los cubanos que Batista;
los colombianos, que Rojas Pinilla. Y todos por el estilo. Era Perón ¿te
das una idea de cuán latinoamericanos seguimos siendo allá? No podemos dejar de
serlo.
Encuentro en aquél ejemplar de Hoy una entrevista de Diana Bellessi a
Chabuca Granda, otra de Patricia Trejo a Federico Canessi [Monumento a Sun Yan Sen], un texto de
Eduardo Lara sobre ópera, un análisis internacional de Rubén Lau, una pequeña
antología de inéditos de Gilberto de Estrabau. Don Raymundo Ampudia decía que
las pequeñeces estaban bien para el padre Coloma pero no en su revista. Bien.
Años
después, durante 1978 y en el Excélsior
al que me invitó Regino Díaz Redondo, Luis de la Torre y yo entregamos a García
Márquez el original de la portada de Hoy
descrita en el primer párrafo de este texto. Esa vez tuvimos una muy amplia
conversación [que se publicó en
las páginas del diario] sobre Habeas, una fundación
recién instituida por el escritor para velar por los perseguidos de las muchas
dictaduras que el mundo padecía –y sigue padeciendo. Pero esa, como se
acostumbraba decir en la Unión Soviética, es aria de otra ópera.
Es
el medio día del jueves y en la pequeña pantalla Julio Patán dice a Paola Rojas
que García Márquez abrevó el realismo mágico [Gabriel prefería hablar de lo
real maravilloso] en William Faulkner y minutos después Javier Aranda le
contará de la vez que definió a la crónica como el cuento de la verdad. A
partir de ese momento la señal se satura con la repetición constante del nombre
del escritor. Y cada quién abre la llave de sus propios recuerdos. Estos fueron
los míos. Mañana, solía decir Scarlett O'Hara, será otro día. Por hoy, bajamos
el telón. Hasta entonces. rrb@red-ami.com http://nrrb.blogspot.mx/
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